Sin embargo, lo que debería haber sido un momento de orgullo y celebración quedó empañado por un acto que desató una crisis sin precedentes en el fútbol español: el beso no consentido de Luis Rubiales, entonces presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), a la jugadora Jenni Hermoso durante la entrega de medallas. Lo que podría haber sido una disculpa sincera se transformó rápidamente en una espiral de negaciones, justificaciones y actos de soberbia. Rubiales, lejos de reconocer el impacto de su acción, se escudó en una narrativa de «espontaneidad» y «sin mala fe». Estas palabras, en lugar de calmar las aguas, provocaron una tormenta que terminó con la reputación y el poder de un hombre que hasta entonces parecía intocable. El clímax de esta crisis llegó tres días después del incidente, cuando Rubiales, en una muestra de arrogancia y desconexión de la realidad, se plantó en una asamblea y, con un tono desafiante, repitió hasta en seis ocasiones su ya célebre «no voy a dimitir». El apoyo que recibió en aquella sala, con aplausos incluidos de figuras relevantes como Luis de la Fuente y Montse Tomé, solo subrayó lo arraigado que estaba el problema. Pero la realidad terminó por imponerse. El 10 de septiembre, casi un mes después de aquel fatídico beso, Rubiales presentó su dimisión como presidente de la RFEF. A partir de ahí, su caída fue en picado: órdenes de alejamiento, investigaciones por corrupción, registros policiales en sus propiedades y un exilio voluntario en República Dominicana que tampoco lo protegió de las autoridades. La última escena de este drama está programada para febrero de 2025, cuando el ex presidente de la RFEF tenga que enfrentar un juicio por agresión sexual y coacciones. Este proceso, que podría durar 11 días, no solo definirá el futuro legal...
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