El “Complejo Israel”, como lo llaman ahora, no es solo un territorio dominado por el Tercer Comando Puro, uno de los carteles más temidos de Brasil. Es también el epicentro de un siniestro sincretismo que combina cocaína, evangelismo y fanatismo. En las calles polvorientas de este complejo de cinco barrios, los paquetes de drogas vienen marcados con un símbolo inusual: la Estrella de David. Para los traficantes, no representa el judaísmo, sino una interpretación radical de ciertas creencias cristianas pentecostales. Según estos criminales, su territorio pertenece a Jesús, y ellos, como soldados del crimen, cumplen una misión divina. El origen de un imperio criminal-religioso La transformación del lugar comenzó con una revelación divina. Así lo asegura Vivian Costa, teóloga y autora de «Traficantes evangélicos», quien explica que estos capos ven en Jesús no solo un salvador, sino también el dueño de las tierras que controlan con balas. Desde entonces, el Complejo Israel no solo es un bastión del narcotráfico, sino también un lugar donde otras creencias religiosas han sido sistemáticamente eliminadas. Cristina Vital, socióloga y experta en religión, lo llama “un asedio”. Los templos de Umbanda y Candomblé, religiones afrobrasileñas profundamente arraigadas en la cultura del país, han sido destruidos. Los pandilleros dejan grafitis en las paredes proclamando que “Jesús es el Señor de este lugar”, como un recordatorio de quién tiene el control, tanto espiritual como físico. Conversión bajo amenaza Mientras algunos predican con la Biblia, otros lo hacen con el arma en la mano. Diego Nascimento, un exlíder del Comando Rojo convertido en pastor metodista, lo sabe bien. Su historia ilustra el extraño vínculo entre la fe y el crimen en las favelas. Hundido en una adicción al crack que lo llevó a perderlo todo, Nascimento encontró a Jesús gracias a un traficante armado que le habló del...
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