“Al mundo lo rige el rayo”, dijo el gran filósofo griego Heráclito al final del s. VI a.C. “Todo fluye, todo cambia, nada permanece”, añadió. Los rayos brillan al principio, pero al final destruyen cuanto tocan. Algo así se puede decir de los humanos: cuanto más poderosos, más peligrosos. Cuanto más civilizados, mucho más crueles y destructores. Quien gobierna, en el fondo, es el vertiginoso desarrollo tecnológico-militar y la implacable lucha de las grandes potencias para conseguir la hegemonía mundial. También la maldad del ser humano, potenciada por la ambición y la megalomanía de sus dirigentes políticos. No se puede ser una potencia benefactora de la humanidad y tampoco un gran país democrático, como pretende Norteamérica, cuando no se respetan los derechos humanos y no se busca la armonía de las grandes naciones que compiten entre ellas. Menos aun cuando se impulsa su confrontación. Habría que preguntarse por qué Norteamérica intenta liderar el mundo con tanta insensatez y crueldad. Y por qué Israel, su aliado incondicional, sigue el mismo camino. Ambos países son los máximos responsables del caos y destrucción que impera en el mundo, sobre todo, de la locura de las dos guerras como la de Ucrania y Palestina. Podemos también preguntarnos por qué la UE no ha tratado de evitarlas o detenerlas desde el primer día que estallaron. La de Ucrania, a quién de verdad perjudica es a Europa. Incomprensiblemente, los lideres europeos no han hecho sino agravarla. La de Palestina, al mundo árabe. Tampoco se entiende por qué las naciones musulmanas no han hecho gran cosa para detenerla. Desafortunadamente podemos decir que el Eje del Mal está en Occidente y no en Oriente. Mejor no hablar de lo que significa la carrera de armamentos y el despilfarro económico mundial que supone. LA DEMONIZACIÓN DE RUSIA No tenía...
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