Antes, cuando en España no te abrasaban las nalgas por hacer un chiste ‘políticamente incorrecto‘, corría por los bares el del tipo muy feo que va a comisaría con una grupo de amigos a hacerse el pasaporte. El agente, les va diciendo uno a uno lo que tienen que presentar: «Partida de nacimiento, DNI, pagar las tasa y una foto reciente, tamaño carné, con fondo blanco, sin gafas de cristales oscuros y con la cabeza descubierta». Cuando llega al protagonista de la historia, le dice: «Tu lo mismo que el resto, pero no hace falta que traigas foto… te basta una etiqueta de Anís del Mono’. De la etiqueta de Anís del Mono va precisamente esta historia. SEIS DECADAS A seis décadas de la aparición de El origen de las especies, del biólogo inglés Charles Darwin (1809-1882), cuya teoría sobre la génesis del hombre desató una guerra a muerte entre darwinistas y creacionistas, la etiqueta de una botella de anís vuelve a poner en primera plana al sabio y al conflicto. Vamos por partes… En síntesis gruesa, Darwin afirma en su libro clave sobre todo lo que vive y muere, que el hombre desciende de una especie de grandes simios. Y en ese punto ardió Troya. Una lucha sin cuartel, con más sonido y furia que debate civilizado, entre los que aceptaron la teoría de Darwin y los creacionistas: aquellos que sólo aceptan la existencia humana según la Biblia, tal como se narra en Génesis 1:27: «Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó». Jamás habrá acuerdo. Pero a espaldas de tan profundo dilema, apenas publicada esa bomba de tiempo del sabio -por lo demás un hombre tímido y silencioso-, bandos menos fanáticos y acaso más imperfectamente humanos sacaron...
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