Este drama ignorado en su tiempo, rescatado en el franquismo y venerado hoy, el más famoso de Valle Inclán, retorna como siempre, cargando las tintas, leído literal sin resaltar su complejo significado pero, eso sí, en una gran producción, de sobresaliente puesta en escena e interpretación. Eduardo Vasco no se atreve a rebajar la pócima y mantiene la sempiterna leyenda de una españa solo negra. Un siglo después de que el autor recurriera a autoeditarse tras publicarla por entregas en la revista ‘España’ -fundada por Ortega y Gasset, y dirigida después por Luis Araquistáin y Manuel Azaña- se representa por primera vez en el Teatro Español esta obra suya, quizás la mejor de las dramáticas, que narra el periplo nocturno del poeta ciego Max Estrella junto a su amigo Latino de Hispalis, su situación miserable, su echarse desesperado a la noche, su encuentro con una peña de mordaces trasnochadores aprendices de literato, su detención por mofarse de un militar que reprimía una manifestación anarquista, su liberación por enchufe del ministro que resultó antiguo compadre juvenil, sus sucesivos encuentros con tétricos personajes del inframundo madrileño, prostitutas, vagos y maleantes, hasta morir tirado en la puerta de casa y ser enterrado con colofón no ya esperpéntico sino de mueca espeluznante. Vamos, un plato fuerte del peor tremendismo ibérico, del género hurgacloacas que sigue teniendo egregios practicantes. Eduardo Vasco se inaugura así como nuevo director del Teatro Español sin que le duelan prendas dedicar el inicio de su programación a mayor honra y gloria propia. Elegante no es, pero ejemplos sobran en los teatros subvencionados con dinero público. Ha contado con un generoso presupuesto que permite un reparto excepcional con 24 componentes a cuál más acertado en sus casi todos dobles papeles, y las excelentes contribuciones de tres profesionales de valía, en escenografía...
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