Le dio hasta en el carnet de identidad. Iván, policía nacional, sacudió de lo lindo a Fernando Grande-Marlaska durante la entrega de los premios de la Fundación Policía Nacional celebrada en Sevilla. El efectivo policial se marcó un discurso valiente que dejó descolocado, a buen seguro, al ministro del Interior. Y es que el juez en excedencia tuvo que escuchar las penurias por las que atraviesan los agentes del Cuerpo Nacional de Policía: Somos Iván y Samuel. Como pueden comprobar, no somos personas sublimes ni extraordinarias, ni pretendemos serlo. Pero sí somos policías nacionales, lo que tal vez nos convierte en un poquito más extraordinarios, queramos o no. No me digan que no es extraordinario ser al mismo día asesino, racista, marioneta del poder, abusador y de repente héroe. ¿Cómo caben en un solo uniforme tantos disfraces? Es extraordinario. Desear ser policía es inexplicable. Una pulsión profunda, diminuta, del tamaño de una ceniza, que en un chasquido del alma un día se inflama y arde para siempre. Unos fuegos artificiales que no serían reales salvo porque sentimos latir más fuerte nuestro corazón. Denunció la continua pérdida de autoridad frente a los delincuentes: De esa forma es natural que nos enfademos en ocasiones con formas no correctas cuando alguien intenta extinguirnos el fuego o matarnos el corazón. A fin de cuentas, cuando intentan arrancarnos la vocación. E intentan arrancarla cuando un desalmado sobrepasa con su lancha de mayor potencia a la barquichuela de seis guarda cíviles. Cuando los narcos embisten sin miramientos el Z de otros compañeros que les impiden la huida. Cuando un hombre o mujer intenta abrir la cabeza con un hacha a un policía, o con un cuchillo, o un palo, o agredirle, o escupirle, y no pasa nada. Nada cambia. Más bien, se idea la forma de...
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