Con la palabra fetiche que sirve para desacreditar a todo el que disiente, esta comedia facilita y bonachona está destinada al éxito de lo que es condescendiente, critica a los que hay que criticar y se libra mucho de meterse en berenjenales. Angelet y Casanovas son dos catalanes cuarentones con un oficio dramático contundente a las espaldas. No se les conocen veleidades intelectualoides y pronunciamientos partidistas marcados. Saben conectar con su generación, que es ya la que manda, y son muy aceptables para las dos anteriores, que son las que llenan los teatros. Estos dos señores son unos fenómenos: Angelet ha mantenido tres obras -tres- concomitando en la escena madrileña agostada por los calores. Esta con Casanovas y otras dos con Cristina Clemente, ‘Laponia’ en el Maravillas, y ‘Una terapia integral’ en su tercera temporada en el Fígaro, triplete que le asegura el podio en el campeonato de autores más taquilleros, con El Brujo de medalla de plata y Boadella con un meritorio bronce. Casanovas tampoco es un becario, con una treintena de textos teatrales y una decena de premios. Así que saben cómo darle al público lo que el público quiere: ‘una comedia romántica llena de teorías de la conspiración, secretos, mentiras y amistades a punto de estallar’, lo definen. Un grupo de amigos prepara una ‘intervención’, -otro invento nefasto yanqui con el que llevar la censura woke al ámbito más privado de la existencia humana, el círculo familiar, amistoso y vecinal-, que siguiendo el canon de lo políticamente correcto montan un proceso inquisitorial con apariencia meliflua para recuperar a la oveja descarriada. Con su intervención, el marido y dos amigos esperan devolver el sentido común a la esposa que hace tiempo que se deja llevar -¡deus meu, vade retro satanás!- por teorías conspiranoicas. Que consisten en la tontería...
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