La experiencia, sentir los balazos de la Guardia somocista a un palmo y emerger intacto del coche junto a la fotógrafa Susan Meiselas, fue para mi el equivalente del lance por el que pasó William Howard Russell en las escaramuzadas de Schleswig-Holstein. En 1850, cuando resultó herido y sobrevivió, Russell llevaba más de un decenio al servicio del Times y parecía en la cresta de la profesión, aunque todavía le quedaba mucho que ascender. Una fría noche de febrero de 1854 Delane le hizo llamar y le notificó que había pensado en él para que acompañase a una fuerza expedicionaria que se dirigía al Mar Negro. Estaba a punto de empezar la Guerra de Crimea. En teoría todo se presentaba como una disputa de Francia, Gran Bretaña y Turquía con Rusia sobre la custodia de los Santos Lugares. En realidad, franceses y británicos intentaban impedir que las tropas zaristas pulverizaran el tambaleante Imperio Otomano. Las instrucciones que Delane impartió a Russell fueron simples, directas y un sueldo para todo corresponsal de guerra digno de tal nombre: «La verdad sobre todo lo que veas.» Aunque la historia oficial del Times describe a Russell como «un irlandés genial y fanfarrón, grande, bon vivant, desorganizado pero resuelto en el trabajo y con una infinita capacidad para hacer amigos», las evidencias indican que también era un duro y coriáceo competidor. Apenas desembarcar en Gallipoli, se vio abordado por un oficial y conducido expeditivamente a presencia de lord Raglan. «¿Qué conoce usted de este tipo de trabajo y que hará cuando entremos en acción?», le espetó con voz tronante el general, quien compartía el mando de la expedición con el mariscal francés Saint-Arnaud. Sin alterarse un ápice, Russell replicó: «Es cierto que tengo escaso conocimiento de este negocio, pero sospecho que les ocurre lo mismo...
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