Lo cierto es que la conducta de Maduro, tomando en cuenta que para actuar como lo viene haciendo se vale de las estructuras del estado venezolano, representa un serio peligro que trasciende las fronteras de Venezuela y en consecuencia se lo ve como una alarmante amenaza para el hemisferio occidental. Hay que acusar trastornos mentales para que alguien, en este caso tal como lo hizo Nicolás Maduro, de manera rocambolesca, el pasado día 18 de julio, amenace a los venezolanos de propiciar un “baño de sangre” si perdía las elecciones. Todo ese hostigamiento se realizaría, y efectivamente se está consumando, en el marco de la operación que él mismo Maduro definió como “la furia bolivariana”. Ese macabro ultimátum se está cumpliendo. Desde la misma noche en que se cerró el acto de escrutinio, que revelaba la contundente victoria de Edmundo Gonzalez Urrutia y la aplastante derrota de Maduro, se ha desatado una cacería humana que el mismo Maduro admite, al confesar públicamente, en tono de alguien que se vanagloria por tan crueles hechos, que “van más de dos mil detenidos que irán a parar a las cárceles de Tocorón y Tocuyito” (cárceles para presos comunes en Venezuela). No menos delicado es la oferta de Nicolás Maduro de construir con carácter de urgencia “dos nuevas cárceles para la reeducación de los detenidos” En esta coyuntura la embestida dictatorial se centra en los más de 90 mil testigos de centros de votación. Se trata del voluntariado integrado por miles de mujeres y de hombres que cumplieron gallarda y valientemente la tarea de cuidar las mesas a las que acudieron a votar más de 12 millones de electores. Esos héroes fueron los que recabaron las actas que mostró al mundo María Corina Machado, probando el categórico triunfo de Edmundo Gonzalez Urrutia. Pues bien...
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